Los asombrosos fenómenos de los eclipses de Sol y de Luna fueron para el pueblo Inka sucesos tan extraordinarios e incomprensibles que trastocaban su Cosmos y eran interpretados como un grave desequilibrio en el mundo del Hanan Pacha (el mundo de arriba).
Si bien es cierto que “tuvieron cuenta” de ésos fenómenos, “no alcanzaron a saber sus causas” como nos dice Garcilaso. Sin embargo, se conoce por la tradición oral que tales fenómenos eran interpretados como señales negativas derivadas de la incorrecta conducta de los humanos y la respuesta de sus principales deidades celestiales, el padre Sol y la madre Luna, quienes manifestaban su enojo e inconformidad con los actos de sus hijos. En otros casos se interpretaba como la acción de las fuerzas malignas que amenazaban a los humanos, éstos eran la enfermedad, el infortunio o las calamidades en el entorno celestial.
Garcilaso nos aclara una parte del panorama cuando escribe: “Decían al eclipse solar que el Sol estaba enojado por algún delicto que habían hecho contra él, pues mostraba su cara turbada como hombre airado y pronosticaban ( a semejanza de los astrólogos) que les iba de venir algún grave castigo” (Libro II Cap.XXIII, Comentarios Reales). Pero no nos explica lo que respecta a la intervención de otros seres sobrenaturales. Es Montesinos quien detalla mejor cuando dice que los eclipses eran acciones del dios Wiraqocha para destruir al Sol y a la Luna por causa de las malas acciones de los hombres. Para ello enviaba a un león (el puma, tigrillo u ocelote deificado llamado Choqechinchay) y una serpiente (Amaru, Mach’aqway) para cumplir el terrible mandato. Estos monstruos celestiales pretendían devorar al Sol o la Luna durante el eclipse.
De allí la actitud de los habitantes del Tawantinsuyu por calmar la ira de Wiraqocha y alcanzar su perdón. Sabedores de la magnanimidad y bondad del supremo creador se juntaba el pueblo para rogar llorando y con grandes alaridos de dolor pedir suplicantes su indulgencia. Los niños, por ser los seres más inocentes, así como los perros eran los más solicitados para los ruegos y peticiones. A los niños se les obligaba a llorar intensamente y a los perros se les daba de palazos y fuetazos para obligarlos a dar lastimeros aullidos de dolor. Cuando iba pasando el eclipse la tranquilidad volvía al mundo e inmediatamente se hacían sacrificios diversos para evitar su retorno.
Pensaban ellos que no haber llorado y rogado el castigo hubiera sido inminente; es decir, el advenimiento de una oscuridad total y permanente. Además temían que el castigo se consumara con una maldición sobre sus herramientas u utensilios: Los hombres temían que sus herramientas agrícolas se conviertan en feroces pumas y las mujeres temían que sus ruecas y telares se convirtieran en serpientes venenosas.
Bernabé Cobo aclara que los hombres, durante un eclipse de Luna, se “ponían a punto de guerra” y mientras tocaban tambores (y otros instrumentos) tiraban lanzas y flechas hacia la Luna como si quisieran herir al “león y la sierpe”, porque decían que de esta manera los espantarían para que no despedazasen la Luna.
El investigador Alfredo Alberdi nos refiere en su libro “Tiksimuyu: el Universo” , en el capitulo sobre los eclipses, algo interesante cuando dice: “En la idea andina los eclipses de Sol deben tenerse cuidado porque pueden revivir la generación antigua, los gentiles; el Sol fue quien los destruyó a esos hombres antiguos (ñaupa runa) pero muchos de éstos se salvaron introduciéndose en las profundas cavernas que construyeron; éstos son los que salen, a veces, en las noches de luna reencarnados como hombres del presente, pero se retiran a sus antros antes que despunte los primeros rayos del Sol que los puede aniquilar, nuevamente; temen que el mundo actual fenezca con un eclipse solar y reviva el pasado de las tinieblas”.
Con respecto a la Luna el relato de Garcilaso remarca la dimensión del fenómeno. “Conforme el eclipse, grande o pequeño, juzgaban que había sido la enfermedad de la Luna. Pero si llegaba a ser total, ya no habría que juzgar sino que estaba muerta, y por momentos temían el caer la Luna y el perderse de ellos; entonces era más de veras el llorar y plañir, como gente que veía al ojo la muerte de todos y acabarse el mundo. Cuando veían que la Luna iba poco a poco volviendo a cobrar su luz, decían que convalecía de su enfermedad, porque Pachacamac, que era el sustentador del Universo, le había dado salud y mandándole que no muriese, por que no pereciese el mundo”.
Todavía hoy, en algunas comunidades andinas, cuando ocurre un eclipse se Sol, se acude a los templos para encender unas velas y pedirle a Dios que no permita que el Sol apague su luz ni nada perturbe la paz de los pueblos.
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